miércoles, 4 de mayo de 2011

Bienvenidos

Alguien dijo alguna vez que para tocar el cielo hace falta haber descendido antes a los infiernos.
Y yo me pregunto, ¿cómo es posible que alguien prefiera un lugar estéril, rodeado de seres angelicales asexuados en el que una luz blanquecina cegadora lo inunda todo (sí, como en tus mejores mañanas de resaca) en el que sólo existen la alegría y la corrección, tras haber conocido EL PECADO?
Ah si... sólo de pensarlo un escalofrío de placer me recorre la espalda de arriba a abajo.
Sudor, risas, suspiros, gemidos de anhelo, respiraciones entrecortadas. Y manos. Manos que te acarician, que te recorren con suave avidez, que te hacen sentir viva, que encuentran lugares sensibles en zonas insospechadas de tu cuerpo. Y calor, húmedo calor que te impide ver con claridad todo lo que te rodea a la vez que provoca que cientos de diminutas gotas de pasión recorran tu piel. Pero lo cierto es que ver es lo de menos. Todos tus otros sentidos parecen haberse intensificado. Te basta tan solo con un susurro cerca de tu oreja para comprenderlo todo, al mismo tiempo que un olor fuerte de madera y especias se introduce en tus pulmones y aumenta la pasión.
¿Lo mejor de todo? No hace falta pensar. De hecho, está prohibido. Simplemente hay que saber dejarse llevar por la curiosidad y los instintos más primarios, desconectar, vivir el momento, que buena falta nos hace.