miércoles, 4 de mayo de 2011

Bienvenidos

Alguien dijo alguna vez que para tocar el cielo hace falta haber descendido antes a los infiernos.
Y yo me pregunto, ¿cómo es posible que alguien prefiera un lugar estéril, rodeado de seres angelicales asexuados en el que una luz blanquecina cegadora lo inunda todo (sí, como en tus mejores mañanas de resaca) en el que sólo existen la alegría y la corrección, tras haber conocido EL PECADO?
Ah si... sólo de pensarlo un escalofrío de placer me recorre la espalda de arriba a abajo.
Sudor, risas, suspiros, gemidos de anhelo, respiraciones entrecortadas. Y manos. Manos que te acarician, que te recorren con suave avidez, que te hacen sentir viva, que encuentran lugares sensibles en zonas insospechadas de tu cuerpo. Y calor, húmedo calor que te impide ver con claridad todo lo que te rodea a la vez que provoca que cientos de diminutas gotas de pasión recorran tu piel. Pero lo cierto es que ver es lo de menos. Todos tus otros sentidos parecen haberse intensificado. Te basta tan solo con un susurro cerca de tu oreja para comprenderlo todo, al mismo tiempo que un olor fuerte de madera y especias se introduce en tus pulmones y aumenta la pasión.
¿Lo mejor de todo? No hace falta pensar. De hecho, está prohibido. Simplemente hay que saber dejarse llevar por la curiosidad y los instintos más primarios, desconectar, vivir el momento, que buena falta nos hace.

martes, 15 de febrero de 2011

Mirada al pasado

La desgastada puerta de madera se desplomó con un ruido sordo que le despertó con un sobresalto.
Miró por la ventana y vio como el sol despuntaba débilmente por entre los árboles, así que no debían de ser más de las seis de la mañana. Era demasiado pronto como para que su madre hubiese vuelto ya de ordeñar la vaca y el ruido había sido demasiado fuerte para que la puerta se hubiera abierto simplemente por el aire, así que, ¿qué podría haber pasado?
Mientras saltaba fuera de la cama, oyó a un grupo de personas subiendo por las escaleras. El miedo le paralizó. Lentamente intentó respirar con normalidad, se movió de puntillas, agarró una de las dos hachas que colgaban encima de la chimenea y se situó detrás de la puerta preparado para defenderse si era necesario

El verde prado comenzó a vibrar con rítmicas ondulaciones. Parecía que ya se acercaban. Le bastó con levantar la vista un instante para contemplar el espectáculo que se desarrollaba ante sus ojos. Descendiendo la colina cientos, quizá miles de soldados a caballo. Los coloridos pendones ondeaban orgullosos mientras que las bruñidas armaduras y las puntas de las lanzas refulgían en el intenso sol de la mañana.
Esto sólo puede ser obra de un ser superior –pensó hacia sus adentros, soltando un jadeo de asombro-.
El poderoso ejército avanzaba lento pero constante en forma de cuña, encabezado por una figura que sobresalía, no por su tamaño sino por su porte. Con la cabeza descubierta, la barbilla en alto, en una pose que podría haber resultado altiva aunque a él le confería un aire distinguido y el casco en una mano podría haber hecho huir a enemigos mucho más curtidos que él. Pero a Ewan no se le conocía precisamente por su cobardía.
Historias sobre él en las que se relataban valientes –e incluso temerarias hazañas- circulaban a través de todo el reino y por fuera de sus fronteras. Y ahí se encontraba él, recostado en un viejo tronco junto a un puñado se sus más fieles hombres aguantando con estoicidad la mirada del poderoso (rellenar con el nombre deseado ), hijo del valido real, que poseía tanto poder como el mismísimo monarca.

jueves, 10 de febrero de 2011

Continúa recto, hasta el amanecer

"Lo que intento decirte es que sé como es sentirse el ser más pequeño, patético e insignificante de la humanidad, y lo que es sentir dolor en partes del cuerpo que ni siquiera sabías que tenías.

Y da igual cuantas veces te cambies de peinado o a cuantos gimnasios te apuntes, o cuantos vasos de chardonnay te tomes con las amigas, porque sigues acostándote todas las noches repasando todos los detalles y preguntándote qué hiciste mal o qué pudiste malinterpretar, y cómo cojones en ese breve instante pudiste pensar que eras tan feliz.

A veces incluso logras convencerte de que él verá la luz y se presentará en tu puerta.

Y después de todo eso y aunque esta situación dure mucho tiempo, vas a un lugar nuevo y conoces a gente que te hace recuperar tu amor propio.
Y vas recomponiendo tu alma pedazo a pedazo, y toda esa época difusa, esos años de tu vida que has malgastado empiezan por fin a desvanecerse."





Extracto de la película The Holiday, dirigida por Nancy Meyers.

miércoles, 9 de febrero de 2011

El Club de los Sueños Rotos

Harta de la jodida bombilla que parpadea justo encima de mi cabeza, como presagiando los últimos momentos de su efímera vida, trato de concentrarme en mis pensamientos, trato de lograr una solución fácil y rápida. Pero no lo consigo, no lo consigo.
El lugar tiene esa apariencia de haber pasado por tiempos mejores, como de vieja gloria, con las paredes revestidas de un cuero resquebrajado y ennegrecido por el paso del tiempo y las mesas de madera oscura y raída, ahora vacías.
Sin embargo no es difícil imaginar el gran comedor lleno de bullicio, repleto de gente, con los garçons de pajarita y zapatos de charol sirviendo las mesas apresuradamente mientras que en una mesa del fondo una pareja flirtea discretamente o un grupo de elegantes hombres de negocios trajeados cierran un importante acuerdo con un brindis de champagne y un habano en la mano.
Que puta puede ser la vida. Hoy estás en lo más alto y mañana ni tan siquiera aquellos a los que creías importarles te recordarán. Acabarán olvidándote, continuarán con su vida como si nada hubiese sucedido mientras te hundes en el abandono y, quizás en un día nostálgico les vendrá a la cabeza tu nombre y recordarán una vaga idea sobre tu persona. Eso con suerte.
Tras este pequeño circunloquio, como decía, mientras me hallaba perdida entre mis cavilaciones para lograr ordenar mis pensamientos y tomar una decisión, fui consciente de un detalle que había pasado por alto: quizás el error había sido la forma que tenía de enfrentarme a la vida.
En ese mismo instante, la bombilla exhaló su último suspiro tras un parpadeo más intenso de lo habitual.
Mientras buscaba en el aparador una caja de cerillas o, con suerte una vela, una idea iba tomando forma en mi cabeza lentamente, invadiendo hasta el último rincón de mi mente, contaminando mi pensamiento como una mancha de fuel en el mar.
El quid de la cuestión, el porqué de la situación en la que me encontraba residía única y exclusivamente en mi bondad, en mi falta de suspicacia.
En un momento de lucidez, entre sorbo y sorbo de mi copa de bourbon a la luz de una candela casi consumida por completo, decidí dejar de engañarme de una vez por todas.
Siempre con una palabra amable en la boca, con una sonrisa reconfortante, ¿para qué?. ¿Para conseguir que la gran mayoría de los mortales se aprovechase de mi disposición a ayudar? o, ¿quizás para que el resto se compadeciese de mi candidez?
Bah, podía ser buena, pero no tonta.
Lo mejor que podía hacer era colocar de nuevo la coraza que durante algún tiempo acompañó a mi corazón e impidió que lo hirieran. Lo mejor para mi, lo mejor para todos.
Me levanté lentamente y encendí un cigarrillo mientras le echaba un último vistazo al pintoresco lugar y caminaba con paso decidido hacia la salida.
Desde ese momento no iba a vacilar ni un solo instante a la hora de actuar.
Una vez en la calle la fría brisa invernal que se colaba por entre las callejuelas adoquinadas, penetró en mis pulmones y me regaló el último gramo de fuerza que necesitaba para continuar viviendo. Desde ese preciso instante nadie volvería a conseguir achantarme.
La propia vida me había convertido en una chica mala.
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Si algo he ido aprendiendo a lo largo del tiempo es la cantidad de egoísmo y superficialidad que puede albergar el alma humana y, habiendo llegado a la conclusión de que las mejores armas para combatirlos son el desprecio y la indiferencia, sólo queda levantar la barbilla y que les den por el culo.